La tarde empieza a pintarse de azul marino y comienza a caer una ligera lluvia. El senador Macario Simón sale abruptamente de la sede del Senado y corre hacia un BMW negro que estaba estacionado en doble fila con las intermitentes encendidas. Al volante Calixto, su secretario particular. Su rostro se pinta del centelleante rojo del anuncio de neón del Teatro Fru Fru que apenas funciona. Varios policías tratan de hacer que se mueva con pitidos de silbatos y muestras de intimidación con la libreta de infracciones. Calixto se muestra indiferente ante los llamados de atención. Mira hacia otro lado mientras finge que silba.
Calixto es un muchacho que empieza su carrera política. Macario lo llama “El Jocoque”, porque dice que lo hicieron por no tirar la leche. Según él, así hará carácter su débil y emocional esbirro. Su oportunidad aparece, porque el padre de Calixto es amigo cercano del senador Macario Simón. Él siempre quiso ser artista. Lo que verdaderamente le apasiona son la pintura y las artes plásticas, pero proviniendo de una familia de políticos, no tuvo otra opción. Nunca supo manejar la presión de su padre –subsecretario- y de sus hermanos –diputado y delegado-. Calixto aprende del senador Macario Simón, pero lo que verdaderamente goza es pasearse por los pasillos de Palacio Nacional, disfrutar de las obras de los muralistas mexicanos y codearse con los directores de los museos como el Tamayo y el de Arte Moderno. Calixto sabe que no es bueno para la política y todas las tardes, cuando llega a casa, se quita el traje, la corbata y los zapatos elegantes y se pone a pintar en un overol que de por sí parece ya una obra de arte. Como buen artista, tiene poco interés en hacer una fortuna, pero la presión de su padre lo conflictúa día con día.
De forma acelerada, el senador Macario Simón entra al auto y se sacude el exceso de agua de su poco pelo como lo haría un perro callejero. Varios años de fumar cigarro y el sobrepeso hacen que al senador le falte el aire y sude de sobremanera, incluso sólo de correr unos pocos metros. Tose y jadea. En ese momento, voltea a ver el rosario que cuelga en el espejo. Con una mirada burlona agita la cabeza y dice -“¡No mames, Jocoque!”.
-“¿Qué tal la sesión?” – pregunta Calixto mientras arranca el coche.
“Mucho bla bla bla del senador Morones, pero al final se cuadró igual que todos. El presupuesto de los viajes ya está aprobado. A fin de cuentas, también él se echa sus viajecitos a costa de estos pendejos.” – le contesta al tiempo que señala algunos de los negocios establecidos refiriéndose a los pocos que sí pagan impuestos. –“Hoy celebramos con champán. Hasta averiguar a que sabe el piso. Pero primero el otro negocito.” Manejando torpemente, avanzan por Donceles hacia el Centro.
-“Yo tengo prometido a ‘mi Vieja’ un viaje a la playa, ¿Pa’ cuando se va a poder?” –pregunta Calixto
-“¿La playa? Por lo pronto nos vamos a París pero no con las viejas. Aunque ahora que es diciembre, me dijo mi vieja que quería que la llevara a Nueva York o a esquiar o a algún lugar en donde sintiera la Navidad… donde sintiera el frío.”
-“¿Y la va a llevar?” –pregunta Calixto.
-“¡No mames! Le saqué una silla al jardín y le dije que se sentara ahí una hora pa’ que sintiera el pinche frío del Pedregal en diciembre y ya con eso tuvo. En menos de 10 minutos se le quitaron las ganas de seguir sintiendo el frío” contesta el senador Macario riéndose. “Nosotros vamos a ‘trabajar’ a París, a ella y a los niños los mando a Pachuca con mi suegra. Europa es mucho para ellos... ¿Conoces Europa?”
-“Sí senador.”
-“No está más chido que Las Vegas y tampoco se come mejor. Allá si de plano no consigues un chile ni por casualidad. Si pides salsa Tabasco, te ven como si estuvieras loco.” contesta Macario mientras se retuerce el bigote.
El tráfico es un dolor de cabeza a las 7 de la tarde en el centro. En un alto, justo antes de cruzar República de Chile, se acerca un chamaco mojado por la lluvia con una esponja para lavar el vidrio. El Jocoque le hace una seña para que no limpie el vidrio, pero saca un par de monedas del cenicero y una palanqueta de cacahuate que le sobró del desayuno y se las da. El senador truena la boca y voltea indiferente hacia el otro lado, donde ve un anuncio de un antro de mala muerte con una centelleante chica de neón. Sonríe maliciosamente y saluda al cadenero. El chamaco, empapado, se sienta tembloroso en las escaleras del edificio antiguo de la Cámara de Diputados a comerse la palanqueta mientras se resguarda un rato de la lluvia. Ese techo es el único resguardo que recibirá de los legisladores. Se pone el siga y avanzan. El senador exclama “Que cabrón pinches chamacos huevones. Yo a su edad ya estaba en la escuela aprendiendo a leer, aprendiendo a conseguir el examen y a chingándome el lunch de los compañeros, aprendiendo lo que verdaderamente es importante en la vida y te va a ayudar. Aprendiendo a hacer amigos. Él chambeando. Ni el Libro Vaquero ha de leer. Seguro cuando camina por Francisco I. Madero no sabe ni quien fue. Hasta ha de pensar que son dos personas. O que José María Morelos y Pavón son cuatro personas, o que Miguel Hidalgo y Costilla son tres…”. Se ríe.
El senador continua hablando de los viajes.
“A poco no en Paris, igual que en Las Vegas, hay un chingo de luces. Por eso le llaman la Ciudad Luz. Se come bien y se chupa mejor, aunque es un mito eso del Paris de Noche… nadie toma Coñac con Coca Cola en copa globo”- comenta el senador. Con la mirada, busca en los alrededores un negocio establecido, y a pesar de que le cuesta encontrar uno, señala una tienda de cámaras fotográficas poco antes de llegar a la calle de Palma. –“Estos pendejos son los que nos patrocinan los viajes. ¿No te da gusto que si haya quien todavía pague impuestos?”. Autos en doble fila alentan el trayecto. Microbuses haciendo paradas en medio de la calle, policías negociando una mordida y a pesar de que el senador voltea, le parece normal el paisaje.
Gira en Palma y continúa hasta el restaurante El Cardenal. El valet parking abre la puerta y el senador sale disparado encogiendo los hombros para no mojarse. Detrás de él, un empleado del restaurante trata de alcanzarlo con un paraguas. El Jocoque se queda para recibir el boleto mientras se rasca la cabeza desconcertado. Sale corriendo detrás del senador.
Ambos entran por la cocina. Ahí lo espera la anfitriona del lugar y mientras caminan por la cocina ella le pregunta –“¡Ay senador! ¿Qué me trajo de Las Vegas, de su viaje con el gober?”
-“!Unas pinches ganas chiquita…!” –contesta mientras trata de agarrarla por la cintura. Ella logra soltarse mientras cruzan pasillos y subiendo escaleras de servicio, llegan a un privado en la parte posterior.
El senador sigue platicando con el Jocoque. “Yo en México ya lo vi todo. Ahora quiero conocer la China” –comenta el senador como refiriéndose a Asia. –“Las próximas elecciones voy por la grande y si no me sale me voy a vivir a Europa, no como aquel que se quedó sin vieja, sin departamento en París, sin hijos y viviendo en México dizque contento. Al menos que los chamacos estudien en una buena escuela y aprendan el francés”.
Se abre la puerta del privado y se ve una sombra que dice “Bienvenido senador, lo estábamos esperando”.
-“Aquí ando, como siempre al pie del cañón. Con buenas noticias y buenas ofertas de concesiones, como en botica: pa’ todos los gustos, pa’ todos los precios…”- Mientras cierran la puerta, alcanza a distinguirse ligeramente la cara de Don Hipócrates, el dueño del mega consorcio de telecomunicaciones y construcción Ambitel.
Lo último que se escucha antes de cerrar la puerta es un comentario de Don Hipócrates -“¿A poco trae catálogo de concesiones, Don Macario?”, seguido por una serie de risas burlonas.
Referencias/#Recordación
Presupuesto en viajes: http://www.eluniversal.com.mx/nacion/185386.html
Fortuna y divorcio de Montiel: http://www.eluniversal.com.mx/notas/552575.html
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