En el calor de la conversación, Catalina deja caer su pluma encima de su libreta de notas, se quita los lentes y los pone a un lado.
Catalina es una mujer elegante, entrada en sus cincuentas. Cabello rubio oscuro pintado, corto y perfectamente bien peinado. De figura espigada, le quedan muy bien los trajes sastres de colores alegres que usa. Tacones altos y una cruz de oro en cuyo reverso puede leerse “dejad que se acerquen”. Su maquillaje y su perfume son discretos dando a notar su elegancia y sencillez. Unos lentes delgados y modernos adornan su también delgada cara, aunque la mayor parte del tiempo los trae en las manos o en la boca. Su seguridad al hablar muestra control, madurez. Ella es el catalizador que relaja y balancea las cargas pasionales de sus más jóvenes amigos, una tarea importante en un grupo que pretende ser justo en todos los sentidos de los análisis que realizan.
Ella no se levanta de la mesa, empieza a platicar en el mismo sitio donde está sentada al tiempo que con una seña imperativa le pide a Danny que le sirva más café. De una jarra, él le llena la taza.
-“Un día cualquiera, son cerca de las cinco de una tarde de agosto. El cielo nublado y oscuro anuncia que no tarda en llover. La tarde huele a lluvia. Una mujer, cubierta con un improvisado impermeable hecho de una bolsa de delgado plástico de tintorería, apenas cierra la puerta de su casa con un azotón brusco. La calle no está pavimentada y aprovechando que aún no hay lodo corre con trabajo hacia la avenida grande a la cual desemboca. Un taxi se detiene. Un datsun color rosa. Sin dar mayor aviso, ella se sube. Cierra la puerta y se desploma en el asiento gritando un alarido de dolor. El taxista asustado voltea y pregunta si está todo bien. Ella dice que si. Le dice que se apure, que necesita llegar a la clínica, una que está sumamente lejos del lugar donde se encuentran. Su esposo va en camino. Él se da cuenta que está a punto de reventar, en cuestión de minutos ella dará a luz.
El taxista prefiere no perder tiempo y la presiona para ir a una clínica que está a escasas cuadras de donde se encuentran. Se detienen en emergencias y entre gritos y empujones, un par de doctores y de policías no le permiten siquiera salir del taxi. El taxista se baja e intenta abrir la puerta para bajarla personalmente, sin embargo no logra imponerse solo a los cuatro individuos. Tira su gorra al piso y se sube nuevamente al taxi. Ella ya no puede más, está sudando y gritando. Se acuesta en el asiento, es completamente evidente para ambos que no lograrán llegar.
-“Vamos a ir a una clínica que está un poco lejos, pero está más cerca que a donde tiene que ir.”
-“¿Que diferencia habrá ahí? Sucederá lo mismo.” Exclama entre gritos de dolor, pujidos y exhalaciones.
-“Ahí trabaja mi hermana, es jefa de enfermeras. Ahí seguro nos reciben.”
Sin embargo el insoportable tráfico de la tarde empezaba a preocupar al taxista y a desmoronar los planes. Finalmente, mientras callejoneaba, se toparon con una marcha del sindicato de mineros. Tráfico paralizado. Ni aún yendo en una ambulancia hubieran llegado a su destino. Mala suerte, mal destino. El momento llega y ella tiene que parir en el taxi. Él no sabe que hacer. En cuanto abre la puerta del taxi, se da cuenta que no puede ayudar de ninguna forma y grita desesperado mientras se pone las manos en la cabeza. La gente que estaba en la parada del autobus voltea por los gritos esperando ver un robo, un asalto… algo. En cambio ven a un hombre desesperado, bloqueado sin poder ayudar. Una de las personas se acerca, lo empuja y ayuda en el parto, con muchísimo trabajo logra traer a una niña al mundo. Es pequeña y hermosa, pero no respira. La mujer, agotada, queda tendida en el asiento trasero del taxi y con una voz más tranquila pregunta: “¿Está bien?”. Ambos, el taxista y el hombre quedan callados. El hombre toma al bebé y sin saber que hizo, finalmente le arranca un fuerte e intenso llanto. Aún después del parto, no hubo una ambulancia que pudiera llegar al sitio. A pie logran cruzar la calle con manifestantes para encontrarse con unos paramédicos del otro lado. Ellos los llevan, finalmente, al hospital.
-“La niña nace y crece con problemas de salud por las paupérrimas condiciones del parto. Por que no hay un sistema de salud que le garantice el bienestar mínimo que se merece cualquier ser humano. Y peor aún: a nadie le importa. La iluminada intervención de un ciudadano que no tenía ni idea de lo que hacía, ni responsabilidad alguna, le dio la oportunidad de vivir. Sin él, ella no estaría aquí. Sin él, no estaría viva. De que sirve el resto de las cosas, familia, educación, oportunidades si no tienes salud, ¿Olvidan a caso la seguridad social? ¿Creen que cualquier otra cosa es más importante que la salud? ¿Qué va a ser de Alan sin la seguridad de que cuando se enferme lo curaremos? Un niño sucio y lleno de lodo, confundido, sin alguien que lo cuide pero con una simple venda en el brazo como muestra de atención humanitaria fue lo mejor que se pudo haber hecho por Alan mientras se exhibía como estandarte de rescate del gobierno. Ese es el circo que se le ofreció a la gente. Esa fue, probablemente, la última ayuda médica que le ofrecimos los adultos a Alan… una venda en el brazo. De aquí en adelante, se las tendrá que arreglar él solo.”
Notablemente exaltada, da un sorbo a su café, se coloca nuevamente los lentes, toma su pluma y abre nuevamente su libreta al punto donde estaba tomando nota.
-“Ahora sí, ¿donde estábamos?” –comenta tranquila.
Referencias / #Recordación
Encuesta Nacional de Salud 2011: http://www.milenio.com/cdb/doc/noticias2011/64bc7397c0c9b2dbd7ee42d7da1062fa
Niños/asma: http://www.jornada.unam.mx/2006/01/26/index.php?section=sociedad&article=045n1soc
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