Daniel vivió en Hermosillo toda su vida. Desde que tiene uso de razón, nunca quiso hacer otra cosa que casarse ahí, vivir ahí, tener hijos ahí. Sonorense de corazón, orgulloso de su estado. El D.F, para él, igual que para gran parte de su familia, era el monstruo come familias; la realidad contraria a sus sueños.
De complexión delgada y tez morena, Daniel es el mas acelerado de todos. Bajo de estatura, vive con una sonrisa en la boca. Calvo por convicción, un día decidió rapar lo poco que le quedaba en los lados. Amante de las artes y en particular de la arquitectura, disfruta de pasear por el centro, encontrando cada semana al menos un edificio nuevo. Puede pasar un fin de semana completo deambulando y tropezando en ocasiones mientras ve sólo hacia arriba las ventanas y las cornisas. Un verdadero experto.
Un soleado día de junio del 2009 Daniel se encontraba sentado en una banqueta. Un cigarro encendido en su mano derecha. La mano izquierda en su cabeza sosteniendo su entonces despeinado cabello que se viene de hacia abajo por mirar al piso. Siente el calor del sol que le cae como plomo en su espalda. Su frente con sudor. Ni un solo ruido. De vez en vez se le da una profunda calada a su cigarro al tiempo que suspira nervioso.
Las venas y los músculos del cuello se le tensan como si fuesen a reventar. Con el antebrazo se quita el sudor de la frente y se percata de una mancha negra de tizne. De golpe vuelve a la realidad. Ese irreal silencio se convierte en ruido de sirenas de ambulancias, gritos de auxilio, silbatos de policía, gente corriendo de un lado a otro. Esto ya llevaba un rato pero Daniel estaba en un profundo e intenso shock. Más sirenas. Estas son de bomberos. Humo en el cielo y algunas cunas en la calle. Algunos zapatitos y huarachitos. Un muñeco de peluche empapado descansando en un enorme charco de agua que cubre todo lo ancho de la banqueta. Mientras se percata de todo esto, voltea hacia un lado y hacia el otro. En el fondo, un representante del gobierno estatal está dando unas palabras a los medios. Un bombero que carga apenas una máscara vieja y un casco le toca el hombro, percatándose de que “no hay nadie en casa”… Daniel no contesta. Se sienta, lo abraza y le convida un sorbo de su botella de agua intentando consolarlo. Imposible. Ningún funcionario se acercó a él. Esa tarde murieron muchos niños, resultado de un incendio en una guardería. Fueron 49 muertos y 68 heridos.
Transcurren unos meses y Daniel está en casa con su mujer… ya no es un hogar. Ni un solo ruido se escucha en toda la casa, silencio total. Apenas se cruzan las miradas, ni siquiera están en la misma habitación. Se respira tristeza.
Él se levanta temprano para ir a trabajar, antes de que ella despierte. Llega tarde, ya que ella está dormida. Durante el día ella está todo el día en la cama, en una habitación completamente obscura y desolada. No comen juntos. Él visita constantemente una cantina que está cerca de su casa y es que “El Golfo de México” se ha convertido en su segunda casa. Una botella en el coche. Una botella en la cocina para acompañar el desayuno. Daniel es apenas un pedazo de lo que fue, apenas una sombra, mal rasurado y completamente desaliñado. Se despierta sudando y con diversos malestares. Ella ni siquiera va a misa. Mucho menos recibe visitas.
Recibieron una indemnización, la cual no sirvió para solventar en mínima fracción su dolor. La aceptaron porque necesitaban conseguir un cierre del ciclo, cosa que no sucedió. Tampoco les sirvió para salir adelante
La presión de la muerte de Ángel y los fantasmas que los persiguieron no los mataron a ellos pero si lo que había entre ellos, su amor y su relación. Sabiendo que no puede ayudarse él mismo menos podrá ayudarla a ella, la lleva a casa de su suegra para que la cuide. Con más miradas que palabras le deja ver que no puede con lo que se ha convertido en una carga. No ve otra manera de salir adelante, o de al menos minimizar la agonía que viven. La suegra entiende y sabe que es lo mejor para su hija. En un sobre, deja todo lo que le queda, sabiendo que de otra forma se lo bebería.
Daniel hace una pequeña maleta con lo indispensable para buscar empezar de nuevo y se va al DF. Un amigo le da cobijo. Pocas semanas después Daniel se topa con algunas cajas que su amigo va a desechar.
-“¿Qué es esto que tienes aquí?” pregunta Daniel.
-“Basura y recuerdos. Nada de eso vale.” Se da cuenta que hay algo que a Daniel le llamó la atención mientras se asomaba a una de ellas tímidamente. -“Si quieres algo agárralo pero ya; eso se va hoy.”
Saca de la caja una cámara fotográfica vieja. Con algo de curiosidad apunta a un lado y otro. Tras comprar un par de rollos, comienza a tomar fotos y encuentra una nueva pasión. La pasión que le ayudó a sobrevivir.
Con lo que respecta al incendio, no han habido culpables. Igual que como empezaron las investigaciones, así terminaron. Nadie fue a la cárcel. Nadie pagó los errores o las malas intenciones. Un par de chivos expiatorios fueron señalados. Algunos cesados de un puesto gubernamental por 20 años. Otros aparecieron en otra dependencia algunos meses después. ¿Y los niños? ¿Y los padres? ¿Y la gente? ¿Y el dolor? Unos encubrieron a otros, como si hubiera sido un desastre natural. Nadie se hizo responsable y nosotros lo permitimos.
Referencias / #Recodación
Apoyo a niños quemados en Guardeía ABC Fundación Michou y Mau: http://www.radioformula.com.mx/notas.asp?Idn=150722
Incendio en Guardería ABC: http://www.eluniversal.com.mx/notas/602964.html
Derechos Reservados© Rodrigo Llop 2010
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